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Informes 

ISFD N°29 – Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura

Materia: Teoría Literaria 1 (comisión B)

Profesor: Cristian Franco

Trabajo de escritura N°3

Alumna: Bárbara Ledesma

 

Consignas:

  1. Redactar una breve justificación de la elección de tres libros de cuentos a partir del corpus propuesto por la cátedra (pueden acceder al listado de libros y a los libros en formato digital desde el blog de la materia). Para elegir los tres libros con los que van a trabajar, tienen que respetar las siguientes restricciones:

  • De los tres libros:

-1 tiene que haber sido editado por primera vez antes de 1983.

-1 tiene que haber sido editado por primera vez después de 1983.

-1 tiene que haber sido editado por primera vez en los últimos 5 años.

  1. Redactar un breve informe (entre 500 y 800 palabras) sobre el libro elegido que haya sido editado en los últimos 5 años. En el texto, utilizar la siguiente estructura:

  • Introducción (1 párrafo): Presentación del autor/a y del libro.

  • Desarrollo (entre 3 y 5 párrafos): breve síntesis argumental de los cuentos del libro considerados más significativos (por lo menos tres cuentos). Explicitar también por qué se consideró a estos cuentos como los más significativos/interesantes/importantes del libro.

  • Conclusión (1 párrafo): apreciación personal del libro.

  • Apéndice: cita textual de dos apreciaciones críticas sobre el libro, extraídas de reseñas periodísticas publicadas en medios web (diarios, revista cultural, blog, etc.). Incluir la referencia a la fuente.

 

 

RESPUESTA CONSIGNA 1:

Realicé la selección de tres libros de cuentos guiándome de las restricciones planteadas en la consigna:

-Aquel editado por primera vez antes de 1983: Cuentos de amor, de locura y de muerte, Horacio Quiroga.

-Aquel editado por primera vez después de 1983: Nadar de noche, Juan Forn.

-Aquel editado por primera vez en los últimos 5 años: El lugar donde mueren los pájaros, Tomás Downey.

La razón por la cual elegí los libros antes mencionados tiene que ver con el hecho de que, si bien fueron editados en diferentes épocas, contienen relatos fascinantes que refieren a la vida en todos sus aspectos. En efecto, los autores de estas tres obras abordan cada historia de manera tal que aportan a sus personajes un carácter siniestro, emocional, solitario, puramente humano.

Tanto la lucidez con la que Horacio Quiroga relata los problemas en el matrimonio de María y Kassim, una infeliz mujer y un humilde joyero en “El Solitario” como el minucioso y para nada descuidado estilo de Juan Forn al describir en “El karma de ciertas chicas” aquello que acaecía en la mente de Miguel durante y después de una fuerte discusión con su pareja, su forma de divagar entre una y otra mujer, sus intenciones de no olvidar nunca lo sucedido, sus deseos de separarse y su posterior rendición frente a la dama y el carácter especialmente inconcluso de los cuentos que aglutina Tomás Downey, donde en “El primer sábado de cada mes” no es posible concluir el relato de la historia de un anciano un poco gruñón y el dominio de éste sobre su nieto si no es por nuestros propios medios y conclusiones, nos permiten dar cuenta de que todos y cada uno de los relatos que contienen dichos libros nos facilitan la entrada a un mundo nuevo. 

Efectivamente, es gracias a este mundo nuevo que, dentro de nuestra imaginación, no sólo podemos encontrar reflejados a los personajes en nuestra vida cotidiana, sino que nos permiten reflexionar sobre el destino, los finales alternativos que pueden abarcar un mismo relato y sobre aquello que incomoda nuestra cotidianeidad en una sociedad determinada (como la muerte de la mujer del joyero narrada en “El solitario” de Quiroga a causa de que, este último le enterrara una de sus preciosísimas piezas en el corazón, o la suerte de ritual llevado a cabo por Camila, Andrea y Julia con la sangre de un pequeño chancho en “Hermanas” de Downey).

RESPUESTA CONSIGNA 2:

El autor de El lugar donde mueren los pájaros es Tomás Downey, quien nació en Buenos Aires en el año 1984. A sus treinta y cinco años, Downey es un premiado guionista egresado de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica. Tras la publicación de su libro Acá el tiempo es otra cosa, el joven escritor lanzó el conjunto de diez relatos igualmente siniestros en el año 2017, El lugar donde mueren los pájaros, en el que se profundiza en la cotidianeidad de manera tal que, con el desenlace de sus relatos, permite al lector reflexionar sobre el aspecto perverso que adquieren los hechos. 

Dentro del último libro publicado por Downey, es posible resaltar relatos como “Zoológico”, en el que se describe la vida de aquellas criaturas que habitan un zoológico, los vínculos que las mismas establecen con el resto de los prisioneros, con los cuidadores e incluso con las bestias más salvajes del lugar. Se trata de un fascinante relato en el que el autor nos facilita la reflexión sobre el funcionamiento de un zoológico, así como también el narrador refleja, a partir de la figura de una mujer que no paraba de sacar fotos a las criaturas, el cinismo que nos caracteriza a los humanos al sugerir y permitir la privación de la libertad de los animales para nuestro entretenimiento. Downey adoba una vez más, sin embargo, al relato antes mencionado con misterio, oscuridad y un explícito factor sanguinario al describir la manera en la que una de las salvajes, extrae un dedo de la mano de un niño con sus dientes. 

En “Los Täkis” se aborda una confusa pero no poco excitante historia apocalíptica en la que una invasión extraterrestre provoca una especie de efecto “idiotizador” en la población mundial. El narrador principal de la historia, un hombre que percibe y describe el encanto de las criaturas espaciales, se encuentra abrumado por el deseo de entrar a la nave de Los Täkis mientras que su ex pareja, Malena, una mujer que cree fielmente que la gente actúa de manera ridícula frente a una invasión extraterrestre, es quien se empeña en distraerlo y acompañarlo en todo momento para evitar que se dirija hacia la nave de la que, si bien todos eran invitados a entrar, nadie salía.

Por otro lado, en “El lugar donde mueren los pájaros” la historia se encuentra narrada por una niña de nueve años y posee su eje en la descripción de un ámbito familiar ordinario, así como también en una serie de comportamientos un poco inusuales por parte de su hermana de seis años, cuyo apodo era Castro. Situado en el contexto de unas vacaciones de verano familiares, este relato se centra en la llegada de una nueva hermana para ambas niñas. La bebé, que impedía a la familia conciliar el sueño con su llanto, generó, según lo descrito por ella, cierta falta de interés por parte de sus padres sobre sus otras dos hijas. La mayor de las niñas se encarga de relatar aquello que hace con su hermana Castro cuando tienen tiempo libre y sus padres no las llevan a pasear a ningún lado. Esta obra muestra  la distancia en la que se encuentra aquel lugar en el bosque, en el que los pájaros se dirigen a morir y la manera en la que los entierran una vez que los mismos fallecen. El cuento de Downey, sin embargo, se caracteriza por un perturbador final en el que la niña describe cómo su hermana menor, Castro, se dirige durante la noche con su pequeña hermana Jazmín en brazos hacia el lugar donde presenciaban la muerte de los pájaros y, en efecto, donde la beba (junto a una gran cantidad de pájaros) posteriormente desaparece.

La razón por la cual seleccioné los cuentos anteriormente nombrados tiene que ver con el hecho de que fueron aquellos que, durante la lectura del libro de Tomás Downey, fueron los que más me cautivaron por su contenido. En efecto, la relación íntima entre la realidad en la que estamos inmersos con aquello fantástico-perturbador que el autor otorga a sus obras me parece fenomenal y digno de resaltar.

APÉNDICE:

“El lector pasa por la incomodidad, la complicidad risueña, cierta repulsión o el desasosiego sin interrupción, con la silente percepción de que lo que ocurre allí, en las historias de El lugar donde mueren los pájaros, lo interpela desde una zona que suspende cualquier respuesta. […] las tramas inteligentes y originales […] y un eficaz manejo de la tensión narrativa son algunos de los motivos por los que vale la pena visitar este universo literario.” (Cardona, 2017).

“Estos cuentos son hipnóticos. Cada uno tiene su propio universo, algunos fantásticos, otros terrenales y en ninguno estás afuera. Sos el invitado especial. […] Todo es verosímil. Todo está teñido de cinismo.” (Heredia, 2019).





Referencias bibliográficas: 

 

 

Las vacaciones de Sísifo: un análisis de Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier

El sol, la luna, la hoguera —y a veces el rayo—

serán las únicas luces que iluminarán nuestras caras.

 

“Se narra un viaje o se narra un crimen. ¿Qué otra cosa se puede narrar?”. Ya desde su título Los pasos perdidos anuncia cuál será su opción en esa sencillísima tipología propuesta por Ricardo Piglia. Para el narrador-protagonista de esta novela de Alejo Carpentier, el viaje será, a la vez, huida y regreso, ambición y derrota, descubrimiento y pérdida, iniciación y deserción. Un hilo doble atravesará su itinerario de punta a punta, actuando como uno de los ejes sobre los que encontrará su estructura el relato: por un lado, la tensión entre cultura y naturaleza; por otro, las diferencias y distancias entre culturas (las latinoamericanas y la occidental, las culturas que descubre y la cultura que abandona). En este análisis quiero mostrar, sin pretensiones de exhaustividad, cómo esa tensión y esas diferencias se expresan en distintos momentos de la novela.

Ya desde la escena con que se abre la narración podemos explorar la tensión cultura-naturaleza. Es significativo que el narrador inicie su relato recorriendo un espacio completamente antinatural (totalmente cultural, podríamos decir): un escenario de teatro. Sin avisarnos nos coloca ahí a los lectores y da lugar así a un típico procedimiento barroco: la descripción que se sostiene sin aclarar su referente. A la vez lo descompone, lo alude y lo evade. Es por eso que, al leer la novela por primera vez, no podemos saber que esos olmos que el narrador menciona —árboles que él “había ayudado a plantar en los días del entusiasmo primero”— no tienen nada de natural ni de vegetal: son solo escenografía, decorado, apariencia, fachada. Como una sinécdoque de una de las líneas que se expandirán luego en el relato, surge aquí una primera acepción de “cultura”: lo falso, lo hueco, lo que no es más que representación. La cultura es como ese “banco de piedra que hice sonar a madera de un taconazo”. El escenario funciona así como un símbolo del mundo al que el narrador pertenece. Un mundo donde los olmos no son olmos, ni es piedra la piedra: lo vegetal y lo mineral son reemplazados por su imitación. La naturaleza aparece solo como simulacro, subsumida en la cultura.

Y justamente entre el simulacro y el automatismo oscilan las circunstancias de la vida del narrador-protagonista: “mi esposa se dejaba llevar por el automatismo del trabajo impuesto, como yo me dejaba llevar por el automatismo de mi oficio”. Viviendo un matrimonio vacío y un trabajo que lo satura “de mala música o de buena música usada con fines detestables”, refugiándose en las vanas fugas nocturnas del alcohol y el sexo, la propuesta de un antiguo maestro suyo, el Curador, le dará al narrador una oportunidad para escapar de esa vida; para evadir, aunque sea brevemente, las “cotidianas tiranías” que lo habían obligado a alejarse de “todo empeño intelectual”, “preso en un ámbito sin salida, exasperado de no poder cambiar nada en mi existencia, regida siempre por voluntades ajenas”. En realidad será Mouche, su frívola amante, quien lo convencerá de emprender el viaje y costearse unas buenas vacaciones usando el dinero que la Universidad le dará para engalanar las vitrinas del Museo Organográfico con instrumentos primitivos rastreados en la profundidad de la selva. Instrumentos que, según el plan de Mouche, mandarían a  falsificar por las manos de un pintor amigo. No es extraño que en una cultura que se define por el simulacro, sean la falsificación, la falsedad y la estafa las que habiliten el viaje.

En la primera escala, al inicio del Capítulo segundo, en la “capital dispersa, sin estilo, anárquica en su topografía”, se revela, en la composición misma de esa urbe latinoamericana, la tensión, el conflicto entre cultura y naturaleza: 

Para seguir creciendo a lo largo del mar […] la población había tenido que librar una guerra de siglos a las marismas, la fiebre amarilla, los insectos y la inconmovilidad de peñones de roca negra que se alzaban, aquí y allá, inescalables, solitarios y pulidos, con algo de tiro de aerolito salido de una mano celestial.

Esos peñones de piedra, “moles inútiles”, están incrustados en la ciudad como un recordatorio de la presencia ineludible de lo natural (o, más bien, la ciudad tuvo que encastrarse a la fuerza entre ellos). En este comienzo del viaje la naturaleza surge en el paisaje como algo contra lo que se guerrea. Pero, por más batallas que se libren contra ella, la naturaleza sigue ahí: presente en esas piedras incólumes que “falseaban las realidades de la escala, estableciendo otra nueva, que no era la del hombre”; tenaz en “las raíces que levantaban los pisos y resquebrajaban las murallas”; ingobernable en las lluvias de abril que “inundaban las plazas céntricas con tal desconcierto del tránsito, que los vehículos conducidos a barrios desconocidos, derribaban estatuas, se extraviaban en callejones ciegos”. Y aunque el progreso de la urbe “se reflejaba en la lisura de los céspedes, en el fausto de las embajadas, en la multiplicación de los panes y de los vinos”, existía una presencia que alteraba el terco pero frágil orden de los hombres,

como un polen maligno en el aire —polen duende, carcoma impalpable, moho volante— que se ponía a actuar, de pronto, con misteriosos designios, para abrir lo cerrado y cerrar lo abierto, embrollar los cálculos, trastocar el peso de los objetos, malear lo garantizado.

La naturaleza embrolla, trastoca, malea, conspira contra ese progreso urbano que pretende negarle sus poderes. Pero no será la única tensión que se le hará presente al narrador en esta capital latinoamericana. Pronto aparecerán también para él las diferencias entre la cultura de acá y la cultura de allá. El aroma del pan recién horneado, “un calor de hogazas tibias”, lo sorprende en la calle y le recuerda que

Hacía mucho tiempo que tenía olvidada esa presencia de la harina en las mañanas, allá donde el pan, amasado no se sabía dónde, traído en camiones cerrados, como materia vergonzosa, había dejado de ser el pan que se rompe con las manos, el pan que reparte el padre luego de bendecirlo, el pan que debe ser tomado con gesto deferente […]

En Los pasos perdidos la tensión entre naturaleza y cultura se hilvanará con la comparación (que se volverá constante) entre culturas, entre formas de vida: las de acá y las de allá. El pan funciona entonces como símbolo de la distancia que separa ambas orillas; allá, el pan es “materia vergonzosa”, otro producto industrializado más; acá, es “hogazas tibias”, harina horneada que se comparte en las mañanas luego de bendecirla.

Y acá, en el nuevo ambiente, Mouche, la amante, trae con ella la cultura de allá: frívola y decadente, hostil a todo lo que “ignorara los santos y señas de ciertos ambientes artísticos frecuentados por ella en Europa”. No será la única. Una pintora canadiense que conocen en el hotel los invitará a pasar unos días en su casa en Los Altos, un pueblo pequeño. Allí se encontrará el narrador con un músico blanco, un poeta indio y un pintor negro, los tres imbuidos por igual de la cultura de allá:

Les pregunté entonces […] si habían ido hacia la selva. El poeta indio respondió, encogiéndose de hombros, que nada había que ver en ese rumbo, por lejos que se anduviera, y que tales viajes se dejaban para los forasteros ávidos de coleccionar arcos y carcajes. La cultura —afirmaba el pintor negro— no estaba en la selva. Según el músico, el artista de hoy sólo podía vivir donde el pensamiento y la creación estuvieran más activos en el presente […]

Otra vez la cultura contra la naturaleza. Pero la cultura ahora entendida no como forma de vida, sino en su sentido estrecho y elitista, como arte occidental. “La cultura no estaba en la selva”. La selva es el dominio de lo puramente natural, ¿qué podría hallar en ella el artista refinado que le sea de utilidad? El narrador ironiza —con sentido desprecio hacia las modas artísticas europeas del momento— acerca del intrascendente anhelo de los tres artistas por llegar a París, donde “Según el color de los días, les hablarían del anhelo de evasión, de las ventajas del suicidio, de la necesidad de abofetear cadáveres o de disparar sobre el primer transeúnte”. La conversación snob de esos artistas le resulta intolerable, irritante, puro ruido que le impide ori sonidos más elementales: “Hubiera querido acallar las voces que hablan a mis espaldas para hallar el diapasón de las ranas, la tonalidad aguda del grillo, el ritmo de una carreta que chirriaba por sus ejes […]”.

Ahora lejos de la capital y más lejos aún de la cultura de allá, el narrador comienza a descubrir otros sonidos, otros acordes. Recupera para sí una naturaleza olvidada y una cultura diferente. Huyendo de los artistas europeizados, escuchará en una taberna tocar a un arpista pobre que solo “pretendía entonarse, a cambio de arte, con un buen alcohol de maguey”; para el narrador, ese músico de pueblo alcanzaba

por los caminos de un primitivismo verdadero, las búsquedas más válidas de ciertos compositores de la época presente […] Me dieron ganas de subir a la casa y traer al joven compositor arrastrado por una oreja, para que se informara provechosamente de lo que aquí sonaba.

Aparece aquí otra tensión: entre una cultura de elite (superficial, moribunda, embustera, europeizada) y una cultura popular (profunda, vigorosa, auténtica, latinoamericana). Es significativo que sea luego de recibir de manos del arpista una vibrante muestra de la cultura popular que el narrador recapacite y decida que “Lo más sencillo, lo más limpio, lo más interesante, en suma, era emplear el tiempo de vacaciones que me quedaba cumpliendo con el Curador y con la Universidad […]”. Comenzará entonces su viaje verdadero, un viaje en el espacio que acabará por ser también un viaje en el tiempo, un internarse en las profundidades que será también un volver a lo primigenio. De ahí que, una vez que comienza su travesía hacia la selva, brotarán en el relato ciertos adjetivos: primordial, primitivo, ancestral, arcaico. 

Internarse en la naturaleza, retroceder en el tiempo. Ese es el doble movimiento que estructura la novela a partir del Capítulo tercero. A medida que avance en el espacio hacia la selva y más allá, el narrador se internará en sucesivos estadíos pretéritos de la humanidad. Pero antes que nada será la naturaleza la que se le impondrá durante el viaje en autobus entre las montañas, aplastándolo, enmudeciéndolo: “Cuando […] aparecieron los volcanes, cesó nuestro prestigio humano […]. Éramos seres ínfimos, mudos, de caras yertas […]”.

A partir de ese momento, el viaje se transformará para el narrador en constante Descubrimiento. Y en ese descubrir, encontrará que la tensión entre cultura y naturaleza se tornará, gradualmente, convergencia. Cuando más avance en su itinerario, más las culturas que encuentre estarán en convivencia íntima con la naturaleza. Y él cuestionará cada vez más su propia cultura, la cultura de allá, pretendiendo abandonarla para adoptar una forma de vida nueva. Ese progresivo abandono, esa transformación espiritual, se manifestará en pequeños gestos, en acciones nimias pero significativas, como cuando, aburrido de escuchar esa Novena sinfonía que le había traído recuerdo de sus padres y de su infancia, su mano busca un cohombro cuya frialdad parece salirle de tras de la piel; la otra sopesa el verdor de un ají que rompe el pulgar para bañarse del zumo que luego recoge la boca con deleite. Abro el armario de las plantas y saco un puñado de hojas secas, que aspiro largamente.

Los cambios en su personalidad, en su relación con el entorno y los demás, se traducirán en un cambio de mujer. Mouche, la superficial y trivial Mouche, será reemplazada por Rosario, una mujer donde “varias razas se encontraban mezcladas […], india por el pelo y los pómulos, mediterránea por la frente y la nariz, negra por la sólida redondez de los hombros y una peculiar anchura de la cadera”. Mouche, el cuerpo de Mouche, será deshecho (y luego desechado): “En pocos días, una naturaleza fuerte, honda y dura, se había divertido en desarmarla, cansarla, afearla, quebrarla […]”. La tensión entre naturaleza y cultura destroza la apariencia de esa mujer que representaba la sofisticada e insustancial cultura europea. Pronto el narrador aprovechará la primera oportunidad para deshacerse de ella. Desprendiéndose de Mouche, termina de desprenderse de esa cultura que había empezado a aborrecer, y comienza a acoplarse con lo primitivo, encarnado en Rosario. Encuentra así a la mujer que necesita para esta nueva etapa, ella es para él como un cambio de piel.

¿Se deshace de la cultura para encontrarse con la naturaleza? No. Se deshace de un tipo de cultura: de una cultura falsa, contaminante, paralizante y paralizada, la cultura entendida en su sentido estrecho y superficial, libresca, elitista, cultura de intelectuales de salón, decadentes y ajenos a la vida. El viaje es para el narrador el reencuentro con un tipo de cultura que está unido a la naturaleza y sus ciclos vitales. Así lo percibe cuando llega, después de atravesar la selva y sus pruebas, a Santa Mónica de los Venados, la última escala de su viaje, la pequeña aldea-ciudad fundada por el Adelantado, un ex buscador de oro: “En torno mío cada cual estaba entregado a las ocupaciones que le fueran propios, en un apacible concierto de tareas que eran las de una vida sometida a los ritmos primordiales […] me resultaban, en su ámbito, en su medio, absolutamente dueños de su cultura”.

Allí, en la última posta de su viaje, encuentra el narrador un lugar donde

[…] las plagas, los padecimientos posibles, los peligros naturales, son aceptados de antemano: forman parte de un Orden que tiene sus rigores. […] A la luz del sol o al calor de la hoguera, los hombres […] se contentan de cosas muy simples, hallando motivo de júbilo en la tibieza de una mañana, una pesca abundante, la lluvia que cae tras de la sequía, con explosiones de alegría colectiva, de cantos y de tambores […].

En Santa Mónica de los Venados, la tensión cultura-naturaleza se ha resuelto en armonía. El narrador decide quedarse allí, abandonar la cultura de allá y trocarla por la de acá, sustrayéndose así “al destino de Sísifo que me impuso el mundo de donde vengo, huyendo de las profesiones hueras, el girar de la ardilla presa en tambor de alambre, del tiempo medido y de los oficios de tinieblas”. Sin embargo, todavía deberá volver al mundo de allá, tentado por la necesidad de papel para componer y para enredarse en complicaciones de divorcio con Ruth, su esposa, de la que le costará tiempo y dinero desprenderse. Cuando puede por fin volver a Santa Mónica de los Venados, encontrará vedado el pasadizo que le permitiría retornar a esa pequeña utopía. Y así la novela nos dejará con la incertidumbre de si realmente es posible para alguien de allá desprenderse de su cultura marchita y vivir otro tipo de vida, en un lugar donde cultura y naturaleza no guerrean. O acaso el viaje no fue para el narrador-Sísifo más que unas breves vacaciones.


Franco, Cristian


BIBLIOGRAFÍA:

 

 

 

Informe por  Emanuel Vila

El libro a presentar es de Ricardo Emilio Piglia Renzi. Nació el 24 de Noviembre de 1941 en Adrogué, provincia de Buenos Aires. Es un afamado escritor y crítico literario argentino. Publicó su primer libro de relatos en 1967 con el título de Jaulario, aunque alcanzó el reconocimiento internacional en 1980 con  la publicación de Respiración artificial, su primera novela. Otras de sus obras son Plata quemada; El blanco nocturno, de la cual  nace el protagonista  del título elegido Los casos del comisario Croce. Un dato no menor, es que compuso estos relatos policiales utilizando un hardware llamado Tobbi. Este permite escribir con la mirada, ya que el autor, sufría esclerosis lateral amiotrófica desde 2014. De publicación póstuma, “Los casos del comisario Croce” es una obra de género policial, y como el comisario proviene de un thriller, se podría decir que pertenece también a ese género literario. Ahora, nos adentraremos en algunos de los cuentos, (casos) de esta obra; se podría decir, el “abc” del género policial.

 El libro  contiene 12 cuentos sobre casos que el comisario va ir resolviendo con su particular método, alabado y odiado por varios. Este consiste en la abstracción y una mirada holística sobre los hechos; siempre cuestionando en una magistral conversación con sus pensamientos, para revelar la verdad de los hechos. Será por eso que  estudió filosofía antes de ser pesquisa y está marcado por la primera. Por la cantidad de aclaraciones sobre el método "Los casos del comisario Croce", se convierte en un manual, un “abc”, de cómo escribir un relato policial y por ende, escogí 3 cuentos que dan indicios, explicaciones, modos y hasta una conferencia de cómo resolver un caso o crear uno para luego resolverlo.

 El primero, ya les adelante  el título, es "La conferencia": En este cuento el comisario Croce es invitado, con súplica, a una charla que brindará un autor, tan arcaico como afamado, amante del género policial como lo es el propio Piglia. Croce llega al centro cultural y se encuentra con cuatro oyentes y un viejito preparado, muy elegante según él, para un discurso que va sobre: ¡el género policial! No se detiene en explicar los mecanismos de resolución de casos, y por tal motivo no se apoya sobre los protagonistas de un policial (detectives, policías, investigadores privados) si no que va hablar del "crimen perfecto". Esto llama la atención del comisario y la nuestra...

 En " La resolución", Piglia, nos brinda un análisis  y explicación sobre el método del comisario Croce; sobre un caso  particularmente interesante, con un demente de por medio. Primero, nos abre el camino explicando su gran capacidad de observación. Segundo su capacidad de " inferencias  hipotéticas" o como el mismo Croce lo llama: corazonadas. Items rigurosamente ordenados por este emérito filósofo, catedrático del crimen, que nos deja, en este cuento, un mapa conceptual: como resolver un asesinato, obviamente, a su particular estilo.

 Para finalizar esta breve presentación: "El método", cuento con el cual casualmente también Piglia finaliza su obra, aunque no lo es realmente, es una antología de micro relatos y aforismos del comisario. En ellos, el narrador, se parece a  uno de sus ayudantes; cual de los dos no se sabe. Algunos con títulos, otros se sostienen sólo a base de la narrativa. Los relatos de casos y frases de este cuento nos permite comprender más al comisario, ya que al dialogar con su ayudante/aprendiz, nos explica casi por completo sus métodos. De lo abstracto y conjetural de un prodigio de la criminología, una hermosa transposición didáctica para todos sus lectores.

 Desde mi perspectiva, después de leer Blanco nocturno, de Ricardo Piglia (2015) (primera novela donde a aparece Croce), análogamente, Los casos del comisario Croce; podría dialogar con ese interrogante que nos brinda Piglia, en las notas de autor del último título antes citado:  

  "Compuse este libro usando el Tobii, un hardware que permite escribir con la mirada. En realidad parece una máquina telépata. El interesado lector podrá comprobar si mi estilo ha sufrido modificaciones. Mis otros libros los escribí a mano o a máquina (con una Olivetti Lettera 22 que aún conservo). A partir de 1990 usé una computadora Macintosh. Siempre me interesó saber si los instrumentos técnicos dejaban su marca en la literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión".

  En lo que respecta a estos dos cuentos arriba citados y su personaje principal, cambia todo. Blanco nocturno es una novela policíaca más, complicada y única en su estilo,  pero una más al fin. Sin embargo en los Casos del comisario Croce siento la presencia del autor en cada cuento del libro. Se hace manifiesto su amor por el género. Desde las citas y referencias a autores y sus personajes hasta el diálogo  que mantiene y mantenemos con Borges en " La conferencia". No trato de poetizar su enfermedad, solo conjeturo al pensar: si no puede hablar, por su enfermedad, su consciente se traslada al texto, su lenguaje y experiencias se fusionan con el comisario, he ahí la diferencia entre ambas. Eso es lo que cambia; se le hace difícil alejarse de lo abstracto, cuando él es un ente abstracto y apasionado por el género policial. Se  nota un adiós, y como todo ser que sabe que le queda poco tiempo, trata de brindarnos sus conocimientos sobre el universo criminalístico .De ahí que, Los casos del comisario Croce sean, además de un compendio de historias criminales argentinas, como mencionamos al principio, un manual de género policíaco, el “abc”…

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